Anoche, mientras salía de mi
apartamento con dos botellas de vino tinto entre las manos, se me ocurrió,
Viviana, que tú jamás sabrías de ese pequeño detalle si yo decidiera no
contártelo. Las botellas de vino tinto, la sonrisa en los labios, el aire de
expectativa ante la inminencia de una fiesta que prometía mucho y efectivamente
cumplió: pequeños detalles que tú quizás jamás sepas, así como yo no sé de
tantos pequeños detalles tuyos. Dicen que las relaciones son precisamente esas
minucias que nos pasan mientras estamos ocupados haciendo o diciendo cosas
importantes, y lo nuestro es una ausencia de minucias, nos contamos algunas
cosas pero no es suficiente, ésa es la naturaleza de la relación a la distancia,
tres o cuatro meses de hablar por teléfono una o dos veces por semana, en
general quince minutos y en el mejor de los casos media hora, si tenemos suerte
una buena conversación y si no los inevitables malentendidos, las frases a
medias, las diferencias de tono (cómo importa el tono de voz en el teléfono, la
forma es más importante que el fondo) porque a veces uno se siente muy cerca de
la otra persona y la otra no y viceversa, así hasta el reencuentro y el regreso
de las minucias al menos por un tiempo, hasta la próxima separación.
En la fiesta conocí a una chica
española, Cristina, había llegado a Berkeley por dos semanas a visitar a su
hermana. Hubo una conversación trivial, hubo un par de sonrisas sugerentes y
vino tinto, y cerveza, hubo el contagioso merengue de Juan Luis Guerra y de
pronto, Viviana, me encontré bailando con exaltada pasión. La estaba pasando
muy bien y por ese momento pude olvidar el allá y el futuro, los diversos
territorios y tiempos en los que uno habita en una relación a la distancia, y
concentrarme en el acá, en el ahora. Luego me sentí culpable, como siempre me
siento cuando lo paso bien sin ti, cuando me dejo llevar por el ruido del mundo
y descubro que también puedo ser feliz en tu ausencia. Para alguien que nunca
dudó de ninguno de los mitos que generaciones pasadas nos legaron acerca del
amor, esa verdad produce angustia y amargura: porque uno cree literalmente en
los mitos y cuando descubre el amor piensa que es cierto, uno no puede vivir
sin el ser amado, sin ese ser al lado hay insomnios continuos y una desgarrada,
quieta desesperación (lo que tienen que soportar las almohadas) y a veces no
tan quieta. Angustia y amargura, porque uno descubre que puede vivir sin el
otro ser, la impiadosa vida continúa y hay que sobrevivir, de algún modo hay
que ingeniársela para construir un mundo en que la otra persona esté pero no
esté, sea imprescindible pero no sea imprescindible. Y así, Viviana, nuestro
gran amor se convierte en un amor más, un amor que pudo no haber sucedido
aunque nosotros creamos que el destino nos tenía reservados el uno para el
otro, un amor lleno de debilidades y olvidos y traiciones como el de tantos
otros, un amor que después de todo es lo único que tenemos y es lo único que
nos va a redimir de una vida llena de debilidades y olvidos y traiciones.
Cuando te llame el domingo,
comenzarás por contarme lo que hiciste esta semana: el lunes a comer salteñas
al Prado con tus amigas, el miércoles de compras a las Torres Sofer con tu
hermana, el jueves a ayudar a tu papá en su consultorio, pura rutina, amor, por
aquí no pasa nada, sabes lo aburrida que es Cochabamba. Luego me dirás que
extrañas mucho y me preguntarás qué hice esta semana. Y yo también te diré que
te extraño mucho y te narraré la historia de esta semana. Será una narración
despreocupada, con un tono casual de voz, acaso palabras diferentes a las del
anterior domingo pero siempre el mismo mensaje, por aquí no pasa nada, sin ti
no pasa nada, me aburro mucho y me siento solo y no veo la hora de volver a
verte. Si tuviéramos una relación libre sería diferente, podríamos contarnos
las cosas que hacemos, con quién salimos y etcétera, pero el problema es que
ninguno de los dos puede aceptar una relación así, nos creemos modernos pero no
tanto, hemos decidido que si hay verdadero amor hay fidelidad y confianza, con
nuestras palabras hemos creado un amor en el que no podemos fallarle al otro,
en el que ambos valorarnos muchísimo la fidelidad y confiamos muchísimo en el
otro. Hemos creado una pareja que está muy por encima de nuestra realidad, y
ninguno quiere ser el primero en destruir esa imagen. Es verdad que me siento
muy solo y no veo la hora de verte, pero no es verdad que no pase nada (siempre
pasan cosas). Te diré que el viernes fui a una fiesta, que estuve hasta
temprano y pensé mucho en ti, que sentí mi soledad magnificada ante el
espectáculo de tantas parejas felices juntas, amor odio la relación a la
distancia pero lo hago sólo por ti, tú vales la pena cualquier sacrificio. Y es
verdad que tú vales la pena, que no te quiero perder. Pero tampoco te puedo
contar muchas cosas porque sin secretos ninguna relación subsistiría: imposible
tolerar la verdad y la verdad y nada más que la verdad. Cómo contarte, por
ejemplo, que después de la medianoche besé a Cristina en el balcón con un ardor
que no sentía hace mucho. Cómo contarte que un par de horas después, en el
jardín y protegidos por las sombras, Cristina deslizó su mano derecha entre mis
ropas hasta encontrar lo que buscaba, y cuando lo encontró no lo soltó hasta
que yo tuve que pedírselo por favor, era tanto el placer y luego el dolor. Cómo
contarte, Viviana, que Cristina y yo, ebrios y olvidados de todo excepto de los
dos, nos fuimos a mi departamento y allí nos embarcamos en un viaje de jadeos y
temblores hasta el fin de la noche.
Pero ¿existieron alguna vez los
amores perfectos? Acaso en la relación a la distancia existan personas que
actúen a la altura de las circunstancias, que piensen imposible fallarle al
otro por diversas razones, acaso por amor, acaso porque no quieren fallarse a
sí mismos. Es, después de todo, una prueba de carácter, de fortaleza moral.
Pero la mayoría de nosotros somos bajos, no estamos a la altura de las
circunstancias, la otra persona no está cerca y uno tiene tanto tiempo libre,
las tentaciones acosan sin descanso y una cosa lleva a la otra y la carne es
tan, tan débil. El primer paso es muy difícil, las cosas están tan frescas
todavía, uno va a una fiesta y el rostro y la piel y las palabras del ser
ausente están con uno todavía, por favor, prométeme que jamás me fallarás, te
amo tanto tanto. Y uno se siente tan orgulloso de ser fiel, Viviana, de saberse
respondiendo a la confianza depositada, seguro que tú algún rato también
sentiste lo mismo. Pero después, uno se aburre y hay tanto tiempo libre, uno va
cediendo poco a poco, uno llama a esa morena de la linda sonrisa que uno
conoció por azar (el azar es culpable de todo, de las pequeñas aventuras, de
los grandes amores) mientras aguardaba el bus, la morena de conversación
superficial y nombre poético, Soledad, pero uno se olvida poco a poco de la
conversación superficial y se acuerda de la linda sonrisa y del nombre poético,
y una noche uno está estudiando y el estudio aburre y el teléfono tienta, por
qué no, no pasará nada, charlar no es pecado. Así, casi imperceptiblemente, se
inicia la cadena de pequeñas traiciones. Con la morena no pasará nada, acaso un
café (la conversación superficial) y un par de leves insinuaciones y el miedo
inmenso de que esas insinuaciones sean tomadas en serio, no pasará nada pero
después uno está más predispuesto para la próxima, ojalá que sea una persona
muy interesante, después será el fugaz enigma de Sofía y cuando uno llega a
darse cuenta del territorio en que ha ido a parar ya es tarde, ya es muy tarde.
Mis amigos dicen que en
realidad no estoy enamorado, si no no sería capaz de hacer lo que hago. Sin
embargo, Viviana, pienso que ya he pasado la etapa de la visión maniquea del
mundo, pienso que puedo ser capaz de amarte mucho, y acaso aún más que antes,
al mismo tiempo que suceden las cosas que suceden aquí. Sería acaso mucho más
fácil para mí que una cosa excluya a la otra, pero no, una cosa es el amor y
otra la necesidad, nuestra inherente fragilidad, la hermosa espina de la
tentación, el miedo que tenemos a quedarnos solos, lo fácilmente que estamos
dispuestos a desprendernos de nuestros principios por unas horas de ternura y
placer, un instante de compañía. Una cosa es el amor y otra la distancia, o al
menos eso es lo que creo ahora, eso es lo que quiero creer ahora, quizás cuando
estemos juntos de una vez por todas y para siempre las cosas sigan así, de vez
en cuando la tentación, de vez en cuando la fragilidad, tampoco es una cosa o,
la otra, la distancia o la cercanía, las pequeñas traiciones pueden aparecer en
ambas situaciones, el amor puede continuar con pequeñas traiciones en ambas
situaciones.
Y no soy ingenuo, y sé que lo
que hago lo puedes estar haciendo tú también. Acaso tu ida a la discoteca el
anterior fin de semana, con tus amigas, haya acabado en una callejuela oscura a
las faldas de San Pedro, bajo la silueta recortada del Cristo de la Concordia , con el fondo
de la suave música que emanaba de la radio del auto del desconocido de ojos
negros y así comenzó todo. No soy ingenuo, y probablemente tú tampoco lo seas,
pero lo cierto es que estamos atrapados por nuestras propias imágenes de lo que
queremos pero no podemos ser, y no podemos decir ciertas cosas, no podemos
confirmar ciertas sospechas, todo está bien entre los dos mientras no digamos
en voz alta (o acaso un susurro baste) todas aquellas cosas que sospechamos y
preferimos no oír. Para seguir, debemos continuar con nuestro secreto a voces.
Apenas alguien abra la boca, se romperá el encantamiento.
Por eso jamás te enviaré esta
carta, preferiré publicarla en el suplemento literario de algún periódico,
escudado en la ficción. Y cuando alguna de tus amigas que haya leído el cuento
te pregunte cómo puedes seguir conmigo después de mis públicas admisiones, tú
me defenderás y le dirás que no confunda la realidad con la fantasía, le dirás
que ése es el precio de enamorarse de un escritor. Pero acaso algún rato te
venga la duda, y me confrontes y me pidas que te diga con toda sinceridad si
hay algo autobiográfico en ese cuento. Y yo recordaré el momento en que lo
escribí, este momento, las once de la mañana en mi habitación, Cristina todavía
durmiendo en mi cama, con la respiración acompasada y lejos de mí y del mundo,
el perfecto cuerpo desnudo, la perfumada piel canela, y recordaré haber hecho
una pausa antes de terminar de escribir el cuento, una pausa para admirar el
hermoso cuerpo desnudo, y te diré sin vacilaciones que no, ese cuento no tiene
nada autobiográfico, ese cuento es una ficción más, todo lo que se relaciona
conmigo es, de una forma u otra, ficción.
Edmundo Paz-Soldán (Bolivia, 1967)
Hoy leímos esto en clases e irremediablemente pensé en tí, maldita ignorancia que me hacía quedarme en esto que algún día llamé relación y sin embargo que testarudo corazón que insiste en sentirte, maldito cuerpo que vibra cuando te siento cerca, maldito pensamiento que aunque este durmiendo está pensando en ti...tan grande es la medida de mi amor por tí que te sigo amando a pesar de todo?, a pesar de la distancia geográfica y de la distancia que pusiste entre nosotros....todavía te amo mi negro!!!...que feliz soy cuando estoy entre tus brazos...esa maldita química que nos atrae irremediablemente!!!
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